A nuestra cultura occidental y exitista no le gusta el fracaso. Lo aborrece, niega, o busca reemplazar por eufemismos. Casi toda la industria de la autoayuda está fundada en la ilusión de que podremos motivarnos siempre, creer en nosotros tanto que lograremos alcanzar todos nuestros sueños, eliminar los pensamientos negativos y alcanzar la felicidad. Por supuesto, para eso tenemos que leer el último libro o atendiendo al último seminario del gurú de turno.

Pero en el CPP no creemos eso; valoramos los pensamientos y emociones “negativas”.

Y hoy es el turno de reivindicar el fracaso. Porque aceptar el fracaso y renunciar a ideales o metas es algo muy importante para la salud. Genera una sensación de liberación y alegría.

A continuación explicaremos por qué el fracaso es importante y valioso. Aunque hay muchísimas razones, en este artículo nos centraremos en la importancia del fracaso para la autoestima, el aprendizaje, la creatividad y para reducir el estrés.

Asumir el fracaso ayuda a proteger la autoestima

Nuestra autoestima no sufre tanto por enfrentarnos al fracaso, sino por huir de él, o evitarlo a toda costa.

Una de las mayores causas de baja autoestima crónica es cuando uno se aferra a ideales que claramente no calzan con uno mismo. Esas expectativas o exigencias imposibles no hacen nada más que dañarnos. Y nos aferramos a ellas porque tenemos terror a asumir que hemos fracasado en conseguirlas.

A continuación un ejemplo para ilustrar esto (como siempre, los datos de identificación están modificados para proteger la confidencialidad):

Juan Pablo y el ideal imposible

Juan Pablo era un joven inteligente de 33 años con un buen trabajo y muchos amigos, pero un autoestima por el suelo. Se sentía muy mal consigo mismo, especialmente por su físico. Estaba con un poco de sobrepeso, pero nada del otro mundo. Y cada vez que se proponía alguna dieta o régimen de ejercicio, lo abandonaba a la semana.

Y se volvía a auto-torturar.

Esto siguió así hasta que en terapia exploramos qué era lo que él esperaba de sí mismo. Se conectó con su parte exigente e investigamos cuáles eran sus expectativas. Para su sorporesa, se dio cuenta de que él no quería bajar un par de kilos. Él esperaba tener una cara increíblemente atractiva, ser más alto, estar delgado, ser musculoso… en resumen tener cuerpo y cara de supermodelo.

¿Y si se corcheteara el estómago? ¿Y si se operara las facciones de la cara? ¿Si se pusiera esos zapatos que hacen verse más alto?

Nada de eso resultaría. Su expectativa era tan alta que podría invertir todos sus ahorros en cirugía estética y no lo conseguiría.

Luego de quedarse masticando un rato ese insight, me contó lo liberador que fue el poder renunciar a ese ideal opresor y estúpido que había estado cargando por 20 años.

Porque cuando uno se da cuenta de que una meta es imposible, tiene que aceptar el fracaso. Y cuando uno realmente lo asume, deja de maltratarse por eso.

Aceptar el fracaso permite el aprendizaje

Si evitamos a toda costa el fracaso y el error no aprenderemos nada, nunca. Así de simple.

Porque aprender algo, aunque eventualmente puede llevar a ser un maestro, implica muchísimos fracasos, una y otra vez. Hacerlo mal una, dos, tres y mil veces, hasta que sale bien. Y luego hacerlo mal de nuevo. Y de nuevo.

Otro ejemplo:

Mariana y el terror al ridículo

Mariana se sentía pésimo con ella misma. Estudió una carrera profesional pero trabajaba de administrativa, y sentía que todo el mundo abusaba de ella. Se sentía estancada, al borde de la desesperación.

En su familia no sabían qué hacer. Viendo un comercial en la TV le recomendaron que tomara clases de inglés. Ella pensó que podía ayudarla profesionalmente, y aceptó. Así que se inscribió por un semestre en un instituto.

Al inicio estaba todo bien. Ella tenía que leer y responder ejercicios, además de repetir cosas ante el computador. El problema comenzó cuando pasó al segundo nivel.

En ese segundo nivel había otros compañeros, y el profesor preguntaba en voz alta. Y había que interactuar. Y habían compañeros que sabían más que ella.

No lo pudo tolerar. La angustia le hacía sudar, y generaba que se le olvidara lo poco que sabía.

Tenía terror a responder mal una pregunta, o hacer el ridículo frente a los demás que sabían más que ella. Además, se avergonzaba de estar sudando y mostrarse tan nerviosa.

Luego de obligarse a asistir un par de semanas, no lo soportó más y abandonó.

Por su terror a asumir pequeños fracasos, no pudo aprender. Y se sintió más estancada aún.

Tolerar el fracaso permite desarrollar la creatividad

Tal como en el aprendizaje, la creatividad depende de tolerar fracasos y errores. La creatividad requiere permiso para experimentar, para ensayar cosas que no sabemos si resultarán. Y cuando uno experimenta, lo más probable es que falle.

Este es un gran error en múltiples organizaciones. Piden creatividad pero castigan el error o el fracaso. Esto genera que los empleados estén temerosos de equivocarse, y ese estado de tensión inhibe la creatividad.

Uno puede ver esfuerzos de alta creatividad y de alta calidad. Pero lo que no ve son todos los intentos fracasados que hay detrás de ese que tuvo éxito.

La gente más creativa es la que más se permite hacer o decir leseras. El que tiene terror a equivocarse estará siempre inhibido, dejando mucho de su potencial sin explorar.

Ejemplos de prácticas para potenciar la creatividad

Para esto no voy a recurrir a casos clínicos, porque este problema se da más claramente en ámbitos organizacionales.

Una de las clásicas técnicas es la “lluvia de ideas”. En ella, la clave es que en la primera etapa el grupo (o cada persona por separado) plantea ideas y está prohibido criticarlas. Todos hacen asociación libre sin críticas ni “peros”. Sólo en una segunda etapa el grupo discute los pros y contras de cada idea, las va puliendo y elige las mejores.

Esa primera etapa es esencial porque genera en cada persona un estado mental donde se tiene permiso para equivocarse. Esa actitud de relajación, donde está un poco inhibido lóbulo pre-frontal del cerebro, es esencial para la creatividad. Por ejemplo, en un estudio de músicos de jazz, se ha visto que al improvisar tienen inhibido el sector del cerebro que monitorea la propia conducta (el juez interno, audiencia crítica, etc… la parte que cuida que uno no meta la pata).

Un segundo ejemplo es la antigua práctica de la empresa Google de dejar un 20% del tiempo de cada trabajador para que haga lo que quiera. Esto significa que si un empleado trabaja 45 horas a la semana, tiene 9 de esas horas para desarrollar cualquier proyecto que desee. Esta medida ha sido muy comentada y copiada ya que originó la mayoría de los servicios que Google ha desarrollado luego de crear su buscador, por ejemplo Gmail.

Claramente, en ese 20% de tiempo han surgido muchísimas ideas fracasadas. Pero al tolerar esos pasos en falso, Google permitió crear y desarrollar algunas ideas nuevas.

Asumir los fracasos ayuda a reducir el estrés

“No puedo”. “No alcanzo”. “No lo lograré”.

En nuestra cultura son frases prohibidas. Sin embargo, son imprescindibles para no colapsar de estrés.

Porque tenemos tantas posibilidades a nuestro alcance. Tantas ideas, tantos proyectos, que es imposible poder con todos. Artículos para leer, proyectos para armar, personas con las que podemos interactuar… A diferencia de décadas y siglos pasados, estamos tan rodeados de estímulos y potenciales proyectos que se nos hace imprescindible poder renunciar a algunos para conservar nuestra cordura.

Cada invitación entretenida, cada posibilidad de mejorar, cada alternativa para contribuir a los demás… es una potencial fuente de estrés y sufrimiento. Porque el estrés no sólo viene de los desafíos desagradables, sino que también puede surgir de perseguir demasiadas posibilidades nutrivivas o placenteras.

Y como estamos llenos de posibilidades, es necesario poder reconocer que no lograremos realizar la gran mayoría.

¿Cuándo el fracaso lleva a la angustia y el estrés?

Antes de avanzar hacia el ejemplo, un comentario sobre algo que ocurrió al escribir este artículo.

Estaba buscando imágenes en Internet para poner junto con el texto del artículo, y la mayoría de las que vi eran de ansiedad por no lograr algo. Esto es engañoso. Porque la ansiedad no viene del asumir “no lo lograré”, sino de la tensión entre ”tengo que lograrlo”, y el “creo que no lo lograré”. Eso es exactamente no asumir el fracaso, no darse permiso para el error.

El asumir el fracaso es algo muy distinto. Es decir ”no lo lograré, y eso está OK”, o simplemente ”no lo lograré, y eso es lo que hay”. Si uno lo logra asumir, y se da permiso para fracasar, la ansiedad desaparece.

Un ejemplo de fracaso propio

A principios de este año me planteé varias metas a nivel laboral. Una de las principales era un libro teórico-práctico sobre cómo vivir y hacer cosas bajo la “ley del mínimo esfuerzo”, o sea, sin estar constantemente desgastándome al luchar conmigo mismo. Otro de los proyectos esenciales era un libro colaborativo basado en mi tesis de doctorado, sobre por qué muchas personas no adhieren a sus tratamientos médicos, y cómo ayudarlos.

Ambos proyectos eran y son muy importantes para mí. Me motivan, y creo que tienen mucho potencial para ser útiles.

Y he fracasado en ambos.

Mi libro sobre la “ley del mínimo esfuerzo” ha quedado en el índice y algunas ideas sueltas.

El libro sobre mi tesis de doctorado ha avanzado a paso de tortuga, y si seguimos a este ritmo verá la luz en décadas.

Pero aunque me duele y frustra asumir ese fracaso, ha sido necesario para mantener algo de salud mental. Porque si sumara a mi mochila de exigencias y metas el terminar ambos libros este año, me vuelvo loco. Simplemente no puedo. No soy tan rápido, no tengo tanto tiempo, no alcanzo, no lo lograré.

Es triste, pero también liberador.

Conclusión

Una de las frases que más recuerdo de chico era el título de la película de Van Damme “Retroceder Nunca, Rendirse Jamás” (para los lectores jóvenes: es una película ochentera sobre unos luchadores de artes marciales). Me recuerda el lema de la universidad Santo Tomás: “Tú Puedes”. Ambos lemas tienen un mensaje simple, directo y que hace sentido. Ambos apuntan a lo necesario que es sentirse empoderado, capaz. Sin esa experiencia de autoeficacia, es difícil hacer cosas y tener buen ánimo.

Sin embargo, siempre se nos olvida el mensaje opuesto: A veces está bien no poder, no alcanzar, fracasar.

”Tengo permiso de fracasar, de no poder”. Hay algo liberador en este otro mensaje. Y de esa libertad puede surgir un tipo distinto de alegría.

Por Pablo Herrera S.